La política, el dinero y dos visiones diametralmente opuestas de la cultura ponen en peligro el centro Niemeyer de Avilés.
¿Cómo es posible que cierre un complejo de 44 millones de euros, pagados por el Principado, a los seis meses de su apertura? ¿Por qué desimantar abruptamente un polo que ha atraído a la ciudad a un millón de turistas en medio año? ¿Está en condiciones la villa de prescindir, megalomanías incluidas, de las visitas de sospechosos habituales del centro como Woody Allen, Kevin Spacey, Brad Pitt o Wole Soyinka? La respuesta a todas estas preguntas reviste escasa enjundia cultural.
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